26 abril 2007

Pasión burrera: La vida al galope

Sangre de pato! (¡Atorrante!), Avivate fratte mío, te vas a morir de frío, si no aprendés a escabiar. Despertate, andá un poco a las carreras y a la farra milonguera a bailarte un buen gotán...”, cantó alguna vez Edmundo Rivero en "Te lo digo por tu bien". “…Garconnire, carreras, timbas, copetines de viciosos, y cariños pasajeros, besos falsos de mujer; todo enterré en el olvido del pasado bullicioso... “, compuso Celedonio Flores para su tango “Tengo miedo”.


El tango, la timba, las carreras, la milonga, la farra, son sólo algunos de los términos que han ido siempre de la mano y componentes indiscutibles de la identidad del porteño desde comienzos del siglo XX. El paso del tiempo y sus circunstancias supieron atentar contra ese modo de ser y de vida; sin embargo, hay pasiones que resisten al "ya no ser" y se mantienen vigentes. En pleno corazón de Buenos Aires se puede encontrar uno de esos monumentos a la resistencia: El Hipódromo Argentino de Palermo.


Este predio de Av. del Libertador 4101, es desde ya 131 años de vida uno de los principales refugios del turf. Si bien la popularidad no es la de otras épocas (le ha ocurrido también en cierto modo al tango), sigue manteniendo fieles seguidores, los “burreros”, que en su gran mayoría peinan canas o directamente ya no peinan.
Pero el Hipódromo versión 2007 no solo está compuesta por gente de turf: posibles efectos de mercado permitieron no sólo la continua asistencia de extranjeros que vienen como parte de sus “city tours”, sino también la incorporación hace cuatro años de máquinas tragamonedas, producto de la privatización del hipódromo en 1992, que alentó la llegada de un nuevo público más heterogéneo.


Un día de reunión por Palermo
Quienes sólo van a buscar suerte en las salas de Slots, ingresarán por la entrada de mitad de cuadra del Hipódromo, caminarán la alfombra roja y su recorrido finalizará ya sea en los subsuelos de la Tribuna Oficial, la Tribuna Especial o en la Confitería Paris.
En cambio, los aficionados al turf que asisten a un día de “reunión” (así llamado al programa de carreras) cumplirán obligadamente otro itinerario. La entrada es por la esquina de Av. Del Libertador y Dorrego, previa adquisición de la revista-guía con el programa oficial de la fecha, las estadísticas y las posibles “fijas”. Traspasado el molinete, el siguiente camino es hacia los “Boxes de Exhibición”, el lugar donde previa a la carrera los caballos recorren la “redonda” (se pasean en ronda como modelos en pasarela) y el público puede observar detenidamente cuál “pura sangre” está en mejores condiciones físicas. Vale detenerse a mirar de reojo la importancia que el burrero la da a este momento, agudizando su ojo clínico como si estuvieran analizando las curvas de las modelos en un desfile de Giordano.


La previa
“Próxima Carrera, Premio CADEAUX, sobre 1500 metros…” se escucha desde los altoparlantes. Los diminutos jinetes montan los caballos, ingresan a la pista de arena y se dirigen lentamente hacia las gateras. Es la hora de apostar. La gente se acerca en las distintas ventanillas de apuestas distribuídas entre las tribunas y patios, a la vista de todos. Algunos se guiarán por instinto, o simplemente por amor al juego. Otros, en cambio, se mandan con seguridad, ya sea por sus propios conocimientos de antaño, por los datos de las últimas perfomances de los “pingos” o por recomendación de aquellos personajes “que se las saben todas”, porteñismo puro, propio de las “Aguafuertes” de Arlt.
La suma mínima de la apuesta es de uno o dos pesos dependiendo del tipo de jugada. Los precavidos se atienen a ese valor; los confiados no vacilan en abrir su billetera y extraer sus 20 o 50 pesos sólo para empezar.
Una vez entregados a la diosa fortuna, es el momento de acercarse a las tribunas a la espera del comienzo. Hay tres para elegir, todas de exquisito estilo francés: la Tribuna Oficial, el Paddock y la Especial. Desde la Oficial, a la altura del disco de llegada, hay ubicaciones para todos los gustos: en los mismos escalones, en los coquetos bancos rodeados de jardín al pie de la tribuna, desde adentro del edificio cómodamente sentados con vista panorámica y televisor (símil palco de la “Bombonera”), o directamente al borde de la pista, para presenciar el emocionante final.


¡¡¡¡Laaaarrrrrrgarooonnnnn!!!!
El relator ya lo anunció. El espectáculo ha comenzado y la expectativa y la emoción aumentan con el avance metro a metro de los competidores. Resulta difícil unificar los
comportamientos del público: unos caminan de un lado al otro; otros se persignan. Unos no paran de alentar; otros se congelan frente a los monitores. Unos se pelean por los prismáticos; otros se arreglan estirando su cuello como jirafas.
Faltando escasos metros para el final, los que palpitan el triunfo ya preparan sus gargantas para gritar y alentar con los brazos en alto como un gol de campeonato, y los que perciben la derrota, comienzan a esbozar su mejor gesto de resignación.
“Cien metros finales!, sigue firme primero el 9 con ventaja sobre el 10, por afuera tercero el 7, medio cuerpo el 4 y cruzaron el disco!!!!!!
“Vamoooosss Jacinto, viejo y peludo nomás!!!" En el final, en medio del griterío se escucha el aliento de un “burrero” victorioso clase 1940, dedicado a Jacinto Herrera, jockey del caballo ganador. Sin esperar un segundo, el flamante apostador ingresa al interior del edificio en en busca de su recompensa. Pero no se retirará del Hipódromo: no contento con lo ganado, regresa a la ventanilla a redoblar su apuesta para la próxima carrera.
“Hay gente que no tiene control, y no sabe parar”, comenta por lo bajo una señora, a metros de ahí, cómodamente sentada en los asientos que da a la pista. Con su voz que denota años de fumadora, agrega: “Vengo siempre con mi marido, y siempre apuesto, pero cuando la mano viene mal, ya no insisto”. Es sólo un comentario de los muchos que abundan en la media hora que separa una carrera de otra en este sector elegido por muchos, sobretodo en épocas de frío o lluvia. La edad promedio de sus ocupantes no baja de los 65 años y basta con cerrar los ojos para imaginar que los diálogos pertenecen a alguna tarde de reunión hípica pero de los años 30: '¿Y Tito, como vas? ¿Ganaste algo”?; ‘¿Viste que bien River? ¡Cómo le ganaron a los brasucas!”; ¿Hoy juega el Rojo, no?; “¿Vas para la milonga esta noche?”
Fútbol, carreras, tango se entremezclan una y otra vez...


La media vuelta
Los treinta minutos de rigor ya han pasado y ya se aproxima la decimosegunda. La ilusión se renueva. Las luces ya se encendieron hace rato, la temperatura bajó pero la velada seguirá hasta pasadas las 22, momento en que marcará el final de la reunión. Llegada esa instancia, nuevamente se abrirán dos realidades distintas. Algunos se irán contentos con buena "guita" en los bolsillos y las ganas de prolongar con amigos el festejo en alguna milonga; otros en cambio retornarán a sus hogares, insultando y diciendo con toda la bronca: “¡¡Basta de carreras!! ¡¡Se acabó la timba!!”; pero al mismo tiempo, preso incurable de esa ambigüedad que como fiel porteño guarda en sus entrañas, dejará encendida la llama de la pasión y terminará por sentenciar a lo Gardel: “... pero si algún pingo llega a ser fija el domingo, yo me juego entero ¡qué le voy a hacer!...




5 comentarios:

Anónimo dijo...

Grande Dany. Te felicito por la apertura y por la iniciativa de publicar tus textos.

Este en particular está feten por lo arrabalero y compadrito.

Abrazo grande.

Anónimo dijo...

eeeeeeeeehhh sos burrero???

Anónimo dijo...

TE FELICITO. EXCELENTE NOTA COLOR SOBRE LA PASION DEL TURF. ESPERO OTRAS NOTA DE ESE ESTILO.

SALUDOS

CARLOS

Anónimo dijo...

Excelente nota!! Una de las mejores de tu blog.

Anónimo dijo...

la emoción de ver al caballo asomar su cabeza en la llegada final.. hace que valga la pena apostar un par de pesitos.. jejeje JUAN