21 de junio de 1994. Dallas, USA. Debut de la Selección argentina en el campeonato mundial de fútbol. El rival, Grecia. No era un partido más: Diego Armando Maradona volvía a ser el diez del equipo por cuarta vez consecutiva en el torneo más importante.
Quienes pocos meses atrás lo daban por retirado, fueron testigos de la exigente preparación que llevó adelante el "pelusa" para estar presente ese día. Y tanto sacrificio tuvo su recompensa, porque Argentina ganó, gustó y goleó. Fue 4 a 0 y el Diez marcó un golazo, el último que haría para el combinado nacional.
El entusiasmo y la alegría embargó a todo el pueblo futbolero. "Con este equipo somos candidatos", se escuchaba por las calles... No era para menos; aquel era un equipo vistoso con figuras como Redondo, Balbo, Caniggia y Batistuta...
Por aquel tiempo contaba con 17 años recién cumplidos. Como todo fanático del fútbol y de Diego, en mi cabeza no había otra cosa que el Mundial. Más aún con recuerdos tan presentes como los México'86 e Italia'90. No había diario ni revista que no comprase. Así me convertí en una suerte de improvisado estadígrafo. Sabía todo acerca de números y nombres de los protagonistas...
Al día siguiente de esa gran victoria ante el equipo griego me compré religiosamente El Gráfico. Un inminente examen de filosofía imperó contra mis ganas de disfrutarlo a piaccere asi que lo dejé en la otra punta de la mesa para "devorarlo" más tarde.
Como chico aplicado, saqué de la mochila el apunte de "El Banquete" de Platón y lo puse frente a mis ojos. No hubo caso. Esa pseudo voluntad que sobrevino de agarrar el texto y leerlo con gran interés quedó al desnudo en cuestión de minutos. Cada pausa que la lectura me ofrecía era una invitación para mis ojos perversos que como dos imanes se clavaban desvergonzadamente en la imagen de un Diego gritando furiosamente su conquista. Hasta que, como lo diría un veterano comentarista, "...definitivamente El Banquete se quedó sin aire y sin recursos defensivos y la potencia y ambición de la revista deportiva determinó su inobjetable derrota..."
En ese instante ocurrió lo inesperado. Cuando todo parecía que me iba a poner la servilleta al cuello y pinchar cada página futbolera con el tenedor, la veta artística se hizo presente. Y fue así que lejos de agarrarla con la desesperación consumista apenas la acerqué un poco hacia mí. A su vez, el texto filosófico, lejos de ser enviado vía aérea por mi empeine izquierdo hacia destino incierto, simplemente fue invertido en su posición hacia el lado en que no estaba escrito. Saqué punta a un lápiz mocho y empecé a dibujar esa tapa tan simbólica. Fue un trabajo lento y me llevó un buen rato terminarlo. Orgulloso por el resultado, y aún con la inspiración a flor de piel luego continué con otra imagen de un Diego sonriente...
Mas allá de que la historia deportiva no tuvo un final feliz, estas dos creaciones son una clara muestra de que Platón y Maradona, la filosofía y el fútbol pueden convivir (en este caso en una misma hoja).